25/09/2014

Garantizar la movilidad peatonal.

Las ciudades no están diseñadas para los peatones, la mayoría de las decisiones que se toman en movilidad favorecen a los vehículos, el 70% del espacio urbano español está reservado al automóvil y ahí en medio está el eslabón más débil “el peatón” (uno de cada tres muertos en la ciudad es un peatón).

El espacio público es un entorno de convivencia, donde los servicios y actividades deben contribuir de forma que satisfagan las necesidades del conjunto de los ciudadanos. Los barrios y, por extensión, las ciudades, se han desarrollado tradicionalmente en función de la distancia media que las personas podían recorrer a pie o en modos no motorizados de transporte. Sin embargo la cantidad de movilidad motorizada hace que el espacio público dedicado a la movilidad peatonal se reduzca al mínimo imprescindibles, comprometiendo en ocasiones la seguridad de los peatones, como por ejemplo la Calle Virgen del Carmen hasta la Plaza Mare Nostrum. En otras ocasiones las barreras impiden el normal desarrollo de la vida y la circulación entre calles o barrios, como es el caso de la recuperación de las conexiones peatonales y ciclistas con el Barrio Bajo Vías separado por corredor ferroviario. En otras ocasiones las actividades comerciales reducen los pasos peatonales a la mínima expresión, sin que nadie vigile que estas zonas queden expeditas de tal forma que se garantice la movilidad peatonal.

Las actuaciones en estos casos vienen previstas por ordenanzas o por el Plan de Movilidad Urbana de Sagunto, pero pasan los años y estas cuestiones caen en el olvido y seguramente en la próxima ocasión que tengan los políticos volverán a prometer lo mismo en movilidad (mas espacio para los vehículos) lo mismo que hace cuatro u ocho años atrás, amparados en la frágil memoria del votante o quizás simplemente no dirán nada justificados ahora con la crisis.

La Carta de los Derechos del Peatón, adoptada por el Parlamento Europeo en octubre de 1988, en el artículo 1 dice: «El peatón tiene derecho a vivir en un entorno sano y a disfrutar libremente de los espacios públicos en condiciones que garanticen adecuadamente su bienestar físico y psicológico». El artículo 2: «El peatón tiene derecho a vivir en lugares (urbanos o rurales) pensados para las necesidades de la persona y no para los vehículos… El parecido con la realidad es pura coincidencia
Se necesita más acerado, más avances del acerado en los cruces de peatones, más rebajes del bordillo, más zonas 30, más sentido común en el diseño de los pasos cebras junto a las rotondas, más arbolado en zonas peatonales que contribuyan a hacer los itinerarios más atractivos al peatón, más seguridad para aumentar el juego de los niños en la calle que ayude a la integración de la responsabilidad personal en su educación, se necesita hacer la ciudad de la convivencia. 

Es necesario crear espacios públicos que no sean sólo vías de paso obligado para peatones, sino también puntos de encuentro social garantizando la movilidad peatonal.


20/09/2014

Nos sumamos al nuevo Símbolo de Accesibilidad | The Accessible Icon Proyect


The Accessible Icon Project es una iniciativa que busca reemplazar el antiguo símbolo de accesibilidad (SIA) dándole una imagen más actual y que refleje la vida activa y participativa de las personas con discapacidad de hoy. Así como han evolucionado la participación social, política y cultural de las personas con discapacidad, debe evolucionar también la imagen visual que representa una de las principales condiciones para lograr la inclusión y que es la accesibilidad en nuestras ciudades y entornos.

Ciudad Accesible apoya este proyecto fomentando en cada gráfica que utilicemos este nuevo modelo, que identifica plenamente nuestro concepto de accesibilidad, movilidad y autonomía en el desplazamiento y uso de los espacios

¿Cuáles son los cambios?



En la página web de The Accessible Icon Project están disponibles para descarga y libre uso los nuevos íconos en formatos pdf.


08/09/2014

Recuperemos la calle

Recuerdo cuando jugábamos en la calle los partidos de futbol, en donde el partido se paraba cuando se aproximaba un coche. Una vez trasponía la última portería, se reemprendía el partido, que duraba hasta que uno de los equipos llegaba a un número determinado de goles y nada tenía que ver con el tiempo que se necesitara para ello.  En verano la vida se desarrollaba en la calle. La gente mayor estaba sentada en la puerta de su casa, donde charlaban y llegado el momento cenaban. En algunas casas se aproximaba el televisor hasta la puerta o alguna ventana para verlo desde la calle.  Después de los postres, se arremolinaban los vecinos para ver alguna película o alguna serie, como El Gran Chaparral, El Santo, El  Fugitivo o  Ironside.  Los pequeños no parábamos ni para cenar. Tu madre te localizaba o te lanzaba un grito que oía todo el barrio, te recogía, te zarandeaba, te revisaba, te daba órdenes... Recogíamos el bocadillo y salíamos corriendo otra vez.  La calle era nuestra, de la gente del barrio. Los niños tomábamos la calle y, cuando un coche pasaba más rápido de lo que aconsejaba el sentido común, toda la calle era una algarabía en forma de ola formada por los gritos de las personas que ocupaban la calle.  Los coches siempre iban demasiado rápido para el tempo de vida del barrio.  La calle era de las personas que la vivían, eran el epicentro de la vida cotidiana y también de la infancia y los jóvenes.  Los desplazamientos hasta la escuela eran socializadores entre los niños y niñas de distintos barrios y una manera de ampliar las opciones de lugares de juegos.  Los niños que iniciábamos la escuela con cinco años nos agrupábamos con los otros niños mayores del barrio, por encomienda del conjunto de madres, y nos desplazábamos unos dos kilómetros que algunos (los menos) los hacían en bicicleta, la mayoría andando.  De este recorrido guardo los mejores recuerdos de la escuela básica, de lo que pasaba en el interior del aula son los menos.

En mis años de infancia, allá por los años sesenta, el camino escolar tenía una vertiente educativa  en cuanto a las pautas de movilidad y adquisición de mayores grados de autonomía que resultaba enormemente instructivo y que se realizaba de forma autónoma. Comparando este pequeño relato de las cuestiones relacionados con los desplazamientos de la infancia hasta la escuela y la vida en la calle en los años sesenta en nuestro pueblo con lo que sucede ahora, tengo la sensación que hemos perdido la calle.  Para esto, entre otras cosas, ha sido necesario que un montón de políticos pasaran por el Ayuntamiento; que con estos estén de acuerdo la mayoría de las personas adultas que podían votar; que se realizaran varios planes de accesibilidad, movilidad y viales no motorizados; que en estos se gaste un montón de dinero y que no se ponga en marcha ninguno de forma ordenada; que hayan realicen un montón de discursos sociales vacíos de contenido... Ha sido necesario tomar muchas medidas para conseguir quitar la calle a las personas que las habitan.  La dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización, en el de movilidad tampoco.

Con un discurso que por una parte, dice que ha depositado en la infancia y en la juventud todas nuestras esperanzas y por otra, actúa en sentido contrario: se ha construido una ciudad que los ha echado de las calles.  Se ha construido una ciudad que cuando la juventud ocupa la calle se convierte en un problema, estorban, son una amenaza.  Se preserva a los niños teniéndolos en cautividad porque la calle se considera peligrosa, protegiéndolos de todo mal. Los adultos salvaguardan a estos de las amenazas que los acechan en la calle mediante la sobreprotección y generando unos espacios adecuados (un mundo) para ellos, a su medida.  Estos espacios acotados generados por los adultos y según lo que creen que precisan los más jóvenes representan una mezcla de protección a ultranza y una pérdida de libertad para los niños. Incoherente, la verdad.

No es una tarea sencilla, pero deberíamos volver a recuperar las calles para las personas y el camino a la escuela para los niños. La manera de lograrlo es empezar por nuestras experiencias, tomando iniciativas para cambiar de este modo a otro más humanizado, más peatonal, más ciclista, con más autonomía para la infancia, la juventud y la gente mayor, para poder vivirlas como parte de la movilidad sostenible.  Es necesario cambiar las políticas y las actuaciones dirigidas a reducir la dependencia y el protagonismo de medios de transporte motorizados.