Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, en su artículo 31 dice
…”para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, las Administraciones públicas
tendrán en cuenta en el diseño de la ciudad, en las políticas urbanas, en la
definición y ejecución del planeamiento urbanístico, la perspectiva de género,
utilizando para ello, especialmente, mecanismos e instrumentos que fomenten y
favorezcan la participación ciudadana y la transparencia”.
Esta perspectiva significa poner en el mismo nivel las exigencias del mundo productivo y social. Para ello, hay que valorar
las condiciones en las que se ha concebido y construido el pueblo hasta ahora mismo. Y se ha hecho para un individuo
supuestamente neutro, asumiendo la misma cota de movilidad para personas con diferentes capacidades, posibilidades, obligaciones e intereses.
Que las decisiones que se tomen tengan la misma importancia en esos mundos debe ser el objetivo, de tal forma que las diferencias actuales a favor del mundo de la producción se aminoren y se lleguen a eliminar.
Que las decisiones que se tomen tengan la misma importancia en esos mundos debe ser el objetivo, de tal forma que las diferencias actuales a favor del mundo de la producción se aminoren y se lleguen a eliminar.
Por ejemplo, el que el pueblo se esté vaciando de servicios
y se hayan facilitado espacios temáticos para las compras, el ocio o el esparcimiento. Me parecen espacios deshumanizados, dedicados al consumo, que convierten al ciudadano en mero consumidor; o como mucho que se sienta visitante, sacando a la familia de las calles. Con esta manera de hacer pueblo se está facilitando o incrementando que las
calles queden con poca o sin vida social, con falta de seguridad, sin intercambio
social, sin perspectiva de género.
Estamos perdiendo alguna de las cosas más importantes: la
proximidad, no solo de los servicios, sino de las personas. Los
recorridos por el pueblo son cada día menos útiles. Salgo de casa y me paso al
zapatero, por la pescadería, por el quiosco, etc.; esto no puede ser porque en
muchos barrios no existen y esta circunstancia limita compartir con otras
personas, socializar, en espacios públicos. Los recorridos que realizamos son cada día menos
eficientes, casi exclusivos para realizar una única función.
En el pueblo lo mejor sería que el desplazamiento fuera una amalgama de usos. Planificar esto es prioritario, tanto en los barrios como en cada bloque de
viviendas. Pero la tendencia es instalar centros comerciales sin parar. Dicen que la ciudad debe de ser como cebollas, con miles de hojas
iguales y diferentes a la vez, iguales en relevancia e imprescindibles,
diferentes en los usos, en las personas, en los tiempos de utilización. Esta es
la manera de garantizar la vinculación de las zonas urbanas constantemente,
incorporando las personas a la colectividad.
Seguramente, todas las decisiones de la planificación del
pueblo se realizaron tomando a la ciudadanía como simples datos estadísticos, posiblemente datos incompletos. De esta manera tan aséptica para la ciudadanía quedamos hipotecados de por vida con la planificación urbanística neutra, insensible a las necesidades de las personas, que no son tomadas como portadoras de diferentes sensibilidades. Es muy posible que cuando se tomaran las decisiones de la actual planificación no se hubieran tenido en cuenta aspectos que aún se mantienen hoy en día (como la doble jornada de las mujeres, ni que la mayor movilidad peatonal es de ellas, ni que es la que tiene más motivos diferentes para moverse), aunque estos roles de género se estén difuminando.
La manera que se me ocurre de cómo cambiar este mal urbanismo es desde participación, de una experiencia lo más próxima posible a lo real, mediante la organización de las
personas; y que permita realizar recomendaciones que influencien en momentos determinados sobre la
planificación del plan general.
La planificación urbana desde la perspectiva de género es más profunda todavía. Debería realizarse y
permitir un trabajo constante interdisciplinar y transversal entre las
distintas áreas del Ayuntamiento, instituciones y la ciudadanía implicada. La
apuesta tiene que ser por un nuevo planeamiento urbanístico, diseñar y
planificar con la ciudadanía un modelo de ciudad que incluya la igualdad por género,
edad, etnia y personas con diferentes capacidades. La perspectiva de género tiene que ser horizontal, vertical, transversal, llevando a las personas desde el espacio privado al público de forma natural a la ciudad para todas y todos.
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