Recuerdo cómo
eran los viajes desde mi casa hasta el colegio porque, a los cinco años, eran una aventura diaria. Todos mis sentidos puestos en modo "aventura". Todo era sorprendente, excitante. Me divertía, o
mejor nos divertíamos, puesto que íbamos en grupo. Éste era casi el único objetivo en ese
camino de ida y vuelta al colegio. Una botella de vidrio que romper, un parotet
que cazar o un trozo de cualquier cosa era lo que llamaba nuestra atención, nos interesaban. Todo ello quedó fijado en mi memoria. La zona de los descampados que cruzábamos era muy excitante, un inagotable territorio de sorprendentes tesoros.
Al llegar a la zona “más civilizada”, donde las casas volvían a estar puestas, recuerdo cómo nos ajustábamos a
regañadientes a circular por las aceras, aprendiendo a circular por la derecha en ellas y a ceder el lado de la pared en todo caso a las personas mayores. El viaje discurría en grupo, del que
tiraban los niños más mayores, que entre otras cosas controlaban el horario. No venía ningún adulto con nosotros. Los días de mercado, nos acompañaba alguna de nuestras madres. Pasabamos por allí impactados por las formas, los colores, las personas que atendían los puestos y los nidos de golondrinas bajo los aleros de los tejados. A estos niños mayores que nos guiaban, las madres de los más pequeños, les encargaban nuestra guarda y a los
pequeños nos encargaban la obediencia a los mayores bajo amenaza de probar la
goma de la zapatilla a la vuelta. El viaje era todo diversión, corríamos, saltábamos, nos subiamos por todas partes y realizábamos todo aquello que se puede esperar de unos
niños que venían del último barrio de la -entonces- nueva periferia del Puerto. Poco a poco socializábamos
con otros niños e ibas acumulando en tu cerebro las pequeñas cosas que llenan la vida en sociedad de la que formabas parte y que crecía sin parar. Cuando tardábamos
más de la cuenta tu madre te lo recordaba, porque cuando mi padre entraba en el turno de tarde se comía pronto, después de vuelta a la escuela.
Lo que antes aparecía como solución colaborativa casi natural, ahora necesita de la coordinación de madres
y padres, profesorado, diferentes administraciones, comercios, entorno social,
etc.
El camino escolar es algo más que movilidad:
es una herramienta útil para hablar de otros temas que superan este ámbito de movilidad y
que están relacionados con los modos actuales de vida, la integración de la
infancia en las ciudades o su papel en la sociedad. Sagunto es suficientemente importante como
para que disponga de su primer proyecto de camino escolar, pero no sé si se dan las condiciones.
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